Este
es el segundo libro de la trilogía de: El hogar de Miss Peregrine para niños
peculiares. Para ponernos en contexto con el primer libro, se relata como Jacob
Portman creció escuchando mágicas historias de su abuelo; cuando este muere decide
ir a la isla de Gales para confirmar si estas aventuras son reales, entonces
encuentra un “bucle temporal en el tiempo” dentro de un orfanato abandonado, en
donde niños y niñas con ciertos poderes viven protegidos del mundo.
Admito
que me gustó más el primer libro, el cual leí antes del estreno de la película.
El relato es continuación por lo que si es necesario leerse el primero para
entender. Siento que en esta segunda parte hubo un poco de relleno dentro de la
historia para poder hacerla más larga, hay escenas innecesarias y que no
generan nada nuevo. Entretiene hasta cierto punto y la idea de las utilizar fotografías
de coleccionistas es bastante interesante, es como el principal atractivo.
Me
gusta la idea de los huecos, extraños monstruos que surgieron tras el
experimento fallido de 1908, necesitan comerse el alma de los peculiares para
poder evolucionar a la siguiente etapa. Varios poderes de los peculiares no son típicos de otras historias, por ejemplo, Enoch es capaz de dar vida a muñecos, Hugh tiene abejas que viven en su interior y las puede controlar.
“Reímos como tontos, extrañamente
aturdidos, sin poder creer que hubiéramos llegado tan lejos después de la
travesía por mar, la excursión por el bosque, los encuentros con furibundos
huecos y con mortales escuadrones de wights, y ahora, por fin Londres.
Nos alejamos de la estación de tren y nos
detuvimos en un callejón repleto de cubos de basura para recuperar el aliento.
Bronwyn depositó el baúl en el suelo y extrajo del mismo a Miss Peregrine, que
empezó a tambalearse sobre los adoquines como si estuviera borracha. Horace y
Millard estallaron en carcajadas.
–No sé dónde le ven la gracia –dijo
Bronwyn–. Miss P no tiene la culpa de estar tan mareada.
Horace extendió los brazos.
–¡Bienvenido a la bella ciudad de
Londres! –proclamó–. Es mucho más grandiosa de lo que nos describiste, Enoch.
¡Y eso que nos la has descrito durante setenta y cinco años!: Londres, Londres
y más Londres. ¡La ciudad más grande del mundo!”